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foto: Alfredo menacho

Pescando a contracorriente

Publicado: 2019-02-24


En verano lo notamos más. Es la temporada alta de las bebidas heladas y las comidas frías y el mar. Todos nos volcamos a las playas, y nuestros cuerpos calientes demandan jugosos cebiches, coloreados tiraditos y todas las variedades de jaleas fritas, carretilleros, mixtos, leches de tigre, de pantera y demás delicias marinas.

La demanda, genera oferta y cada vez se hace más interesante el tamaño del mercado de pescado para consumo interno, sobre todo a partir de año nuevo. Un segundo pico de demanda es la Semana Santa.

El problema es que hay una mafia de pescadores, reducidores y cómplices de diferentes pelajes y estamentos, que se han organizado para abastecer esta creciente y enorme demanda y que actúan al borde de la ley en toda la costa peruana.

Le dicen “pesca” con dinamita.

Lo hemos visto por años desde nuestra casa, justo frente a unos pequeños islotes repletos de aves marinas, en Punta Corrientes, cerca de Cañete, pero sabemos que sucede en todo el litoral. La playa Punta Corrientes tiene una amplia orilla y también una serie de islotes guaneros que actúan como zona de alimentación, apareamiento y crianza de especies como chitas, lornas, tramboyos, lenguados, corvinas, etc. También se ve delfines, lobos de mar, y una larga lista de aves marinas que viven de ese rico entorno, usado desde hace milenios por nuestros antiguos. No sabemos cuál es su estatus en el mapa de islas guaneras, pero queda claro que protegidas, no están. 

Cada cierto tiempo, aparecen, usualmente de noche, pero a veces al caer la tarde. Se ven como lanchas comunes de pesca artesanal y de hecho lo son, pero quienes los tripulan son en realidad delincuentes. Suelen trabajar de a dos y los hemos visto u oído descargar hasta veinte o veinticinco cartuchos de dinamita en la hoyada que se forma entre los islotes. Uno lanza la dinamita y se va, con las manos marcadas por la pólvora pero sin otra huella visible de delito. El otro llega minutos después y recoge cientos de peces que flotan muertos con el cerebro destrozado. Millares quedan en el fondo, como puedes ver si buceas por ahí al otro día.

El lugar queda desierto por semanas luego de estas siniestras incursiones que depredan una vida marina que ya viene sufriendo estragos. Estragos que a la larga nos afectarán a todos.

Ya no vemos más las familias de delfines que solían venir a comer al amanecer y a la puesta de sol, y las familias de los cordeleros asociados en las cuatro Asociaciones de Cordeleros de Cerro Azul, se la pasan muy mal.

La primera vez, llamamos a la policía, a la capitanía de Pucusana, a la Asociación de la Playa, a los vigilantes de la Playa, a los cordeleros que pescan en las peñas. Los vigilantes no sabían que hacer: no tenemos motonáuticas en la Playa. Un policía llegó cuando ya se habían ido, en bicicleta. La capitanía informó que no tenían unidades de control en la zona. La Asociación inició un trámite engorroso que tuvo que abandonar por frustración. Las Asociaciones de Cordeleros que pescan en la zona ya se cansaron de protestar. No pasaba nada.

Otra vez lo hicieron de día: tomamos fotos, pasamos mails y los enviamos a las diversas Instituciones del Estado -Discamec, Sucamec, MINAM, etc.-, conversamos con Oficiales de la Marina en ámbitos sociales, hablamos con nuestros vecinos; casi nos volvimos odiosos y mono-temáticos en la playa. Nadie hizo nada. Nosotros mismos no hicimos casi nada, salvo hablar, patalear y buscar alguien que supiera qué hacer: lidiar con un Estado en el que todos se tiran la pelota unos a otros es agotador y luego vuelves a Lima y el trabajo te absorbe.

Y sin embargo, estamos hablando de un delito penado por la Ley Nº 30299, con penas de entre 6 y 15 años: la tenencia y uso sin licencia de dinamita.

¿Cómo funciona este delito? La cadena de producción se debe iniciar en alguna fábrica de explosivos formal con una fuga de producto o en alguno de los talleres clandestinos que fabrican ratas blancas y que tienen en la pesca artesanal un cliente para la temporada post navideña. Ahí hay un primer grupo de criminales. Los cómplices son los mismos pescadores de Cerro Azul, que saben perfectamente quienes utilizan esta técnica e incluso saben dónde se vende el “material”: el puerto de Pucusana. Los reducidores son intermediarios o comerciantes de Pucusana que luego venden a los restaurantes o consumidores el pescado así "pescado". También son las demás autoridades, que se hacen de la vista gorda ante las demandas y “pasean” a los demandantes en un lavamanos que todos bien conocemos. Pareciera que lo tomaran como una falta y no como el delito que es; como una forma más de ganarse la vida que los pobres pescadores han desarrollado, como muchas otras, contracorriente de la legalidad. MINAM tampoco se pronuncia, hasta donde sabemos.

La solución no parece tan difícil, pero requiere voluntad  Institucional. Si un solo bravo oficial de la PN se compra el pleito, solo tiene que enviar un par de tigres de civil a  que hagan las averiguaciones y le den seguimiento al tema. En una semana sabra quienes son y será posible la captura de los delincuentes in fraganti.   Asi podríamos empezar una campaña que nos permita atender las demandas crecientes y las necesidades del sector de pesca artesanal de una forma racional y no depredadora. Es imperativo desarticular lo antes posible este aspecto delincuencial de la pesca artesanal y el peligro potencial que conlleva el tráfico ilícito de millares de cartuchos de dinamita al año en todo el litoral y muchos de nuestros ríos. Sin hablar de nuestros ecosistemas marinos, que están recibiendo esos miles de cartuchos de dinamita al año en zonas clave del litoral peruano. Un delito y un crimen por donde lo mires.

Y la Semana Santa se acerca a toda velocidad.


Escrito por

Alfredo Menacho Sánchez

Antropólogo, investigador de medicina tradicional, gerente general de Wawasana.


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